8 = ½

  • 21 enero, 2017

Esta semana, Oxfam reveló que la fortuna de los ocho hombres más ricos del mundo es igual al total de la riqueza de la mitad de los habitantes más pobres del planeta. En otras palabras, las posesiones materiales de 3,6 billones de personas -80 veces la población de Colombia- es igual que lo que tienen Buffet, Gates, Zuckerberg, Ortega, Slim, Bezos, Bloomberg, Ellison. ¿Qué siente usted al saber esto? ¿Cree usted que esta realidad debe cambiar y por qué?

Intuitivamente pensamos que la desigualdad extrema no es el estado ideal de las cosas. Dudo que alguien considere esta distribución como algo deseable. “Injusto” es la palabra que la mayoría utiliza para describir este sentimiento. Políticos y empresarios, entre otros, hablan de este concepto de forma negativa pero no van más allá.

El debate sobre la justicia social y la desigualdad es pobre y de bajo nivel. Sin entrar en las profundas complejidades de las teorías macro de la justicia, es necesario responder varias preguntas para saber por qué el statu quo debe cambiar y a dónde deberíamos llegar.

Lo primero que debo aclarar es que todos los tipos de desigualdades no son indeseables. Existen diferentes razones para esto. Por ejemplo, si un individuo es perezoso pero obtiene lo mismo que alguien que trabaja fuertemente, este último pierde la motivación para hacerlo.

Por ende, cualquier persona que quiera hablar de justicia debe saber cuáles desigualdades están justificadas, y quiénes y bajo qué condiciones son aptos para obtener la redistribución. Estos cuestionamientos necesariamente llevan a otros interrogantes acerca de qué es lo que se debe redistribuir y qué otros valores -aparte de la desigualdad- tienen preponderancia en su visión de una sociedad ideal, y qué tanto peso le daría a cada uno.

Respóndalas usted mismo, desarrolle su propia teoría de la justicia o acoja una de las ya existentes, tales como el libertarismo que pregona que las inequidades son justificadas pues cada individuo tiene el derecho original a sus títulos de propiedad y en ese sentido, la libertad prima sobre las desigualdades.

O el utilitarismo, según el cual inicialmente todos los ciudadanos gozan de igualdad pues a todos se les tiene en cuenta para adicionar a la utilidad total de la sociedad. No obstante, una vez se sumen, si para maximizarlas surgen inequidades, estas estarían justificadas

La otra es la teoría de la Justicia como Equidad de Rawls, la cual prioriza las libertades básicas; sin embargo, una vez cumplidas, busca que las desigualdades que existen en la sociedad sean solo aquellas que ayuden de mejor manera a los menos favorecidos. Este es el famoso principio de la diferencia.

A estos tres, se les suman muchas otras opciones como la igualdad de bienestar, o la teoría de las capacidades de Amartya Sen.

Todas tienen sus particularidades, sus objeciones y dificultades. La justicia ha sido un concepto difícil y siempre imperfecto cuando se lleva del ideal a la realidad. No obstante, lo importante es considerar las diferentes alternativas, debatir internamente y buscar la posición con la que nos sintamos tranquilos sin olvidar que quedarse en la teoría sin aplicaciones prácticas no va a lograr nada.

Enriquezcamos el debate. Ad portas de una campaña presidencial en u no de los diez países más desiguales del mundo, lo mínimo es entender en detalle que va a hacer cada candidato para combatir este fenómeno.

Pensemos en esos ocho hombres y en la otra mitad de la humanidad. Algo debemos hacer pues la ecuación 8 = 1/2 es simplemente inconcebible.

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Este libro recopila las columnas que he escrito en los últimos años. Varían en temática pero todas buscan exponer temas interesantes desde un ángulo académico pero digerible y plantear soluciones.