Columna Felipe Rios Stiglitz y Slim

Stiglitz y Slim

  • 23 mayo, 2015

No es común ver al vocero mundial contra la desigualdad sentado al lado del heredero de la tercera fortuna más grande del planeta; no obstante, esta fue la escena que se vio en el Foro Económico Mundial que se llevó a cabo en México.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, lleva décadas pregonando los altos costos que representa para una sociedad la inequitativa distribución del ingreso. En su libro “El precio de la desigualdad” el Nobel presenta los siguientes argumentos:

Primero, hoy los grandes patrimonios se deben más a la habilidad de los ricos para explotar las distorsiones de los mercados, por ejemplo a través de monopolios, que a una verdadera generación de riqueza.

Segundo, las fuerzas políticas son en gran parte responsables por la desigualdad pues han sido coaccionadas por intereses particulares. Grandes concentraciones de dinero llevan a que estos individuos tengan una influencia desproporcionada sobre los procesos políticos.

Tercero, la desigualdad hace que las economías sean ineficientes y poco productivas al no aprovecharse al máximo el potencial de cada uno de sus ciudadanos por la baja inversión en educación y salud.

Cuarto, las herencias son altamente inequitativas e injustas. Un heredero no ha hecho nada para merecer la fortuna de sus padres pues simplemente ha nacido por azar en esa familia.

Estos argumentos en contra de las grandes concentraciones de riqueza han llevado a que Stiglitz sea reconocido a nivel mundial y por esta razón fue irónico verlo sentado junto a Carlos Slim Domit, heredero del reconocido billonario. Los asistentes al foro esperábamos un debate apasionado, incluso acalorado, pero se desarrolló de tal manera que los temas álgidos sobre desigualdad no se tocaron.

Hubiese sido importante escuchar la posición de Slim Jr. sobre las herencias, el salario mínimo, los impuestos, los monopolios y la influencia de grandes capitales en los medios de comunicación. Desafortunadamente nada de esto se discutió.

Se perdió una gran oportunidad. Lo que se vio en México es un reflejo de la realidad del debate sobre la desigualdad donde cada lado trata de influenciar a la opinión pública pero no se ponen de acuerdo sobre cómo lograr soluciones.

No fue entonces ninguna sorpresa que tres días después Stiglitz hubiera lanzado un plan de reformas estructurales para hacerle “la guerra a la desigualdad” acompañado del alcalde de Nueva York Bill De Blasio y la senadora Elizabeth Warren. Días antes, ambos políticos habían escrito una columna de opinión conjunta donde denunciaban: “los ricos cada día son más ricos mientras todos los otros se quedan atrás. El juego está totalmente amañado y quienes lo amañaron quieren que siga igual”.

El fuerte tono de estas declaraciones refleja lo que muchas personas que se sienten representadas por estos líderes creen sobre los magnates. Esta realidad hace inevitable que eventualmente exista un fuerte choque entre las partes.

El mundo ya lo vivió con el surgimiento del comunismo como una apuesta a la reducción de desigualdades. Este modelo fracasó pero, paradójicamente, fue la latente amenaza de expansión por el mundo la que llevó a muchas de las reformas en favor de los más necesitados que se dieron en los países capitalistas. Desde la sepultura definitiva del sistema comunista, y la ausencia de dicha amenaza, la brecha entre ricos y pobres cada año ha incrementado.

Las medidas que tendrán que tomarse para frenar este fenómeno se darán a través de discusiones y consensos o fuertes choques sociales. Si las partes continúan como se vio en México y posteriormente en Washington, la segunda opción parece más cercana pero la primera sería más productiva y eficiente para ambas partes.

En el caso de Colombia, siendo el duodécimo país más desigual del mundo, la situación es incluso más crítica. Desde ya se debe generar un debate de alto nivel académico e intelectual con la participación de todas las partes,  especialmente la de los empresarios, y llegar a consensos. De lo contrario, fuertes enfrentamientos, liderados por políticos populistas, serán inevitables.

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