¿Para qué sirven los economistas?

  • 27 febrero, 2016

Los economistas son una especie rara. No ejercen una ciencia física; sin embargo, al utilizar modelos y matemáticas, predicen con tal convicción como si estuvieran calculando leyes de la naturaleza. Según Dani Rodrick, se equivocan. Un buen economista sabe que la respuesta a todo es “depende” de las circunstancias específicas.

El Turco, uno de los economistas más brillantes hoy, discute este tema magistralmente en su último libro y advierte sobre los muchos errores en los que pueden caer quienes ejercen la “ciencia triste”.

Como economista y filósofo siempre he visto las dos caras de la moneda. Por una parte, modelos, regresiones y convencimiento en las predicciones de los economistas. Por la otra, interpretaciones e incertidumbres reiterativas en los filósofos.

Rodrick entiende la profesión en la forma como yo he percibido la filosofía. Para él la economía, a través de modelos, ilustra una realidad social que aplica, bajo muchos supuestos inciertos, a circunstancias y contextos específicos que no son totalmente predecibles.

A diferencia de las ciencias físicas, en la economía no se pueden hacer experimentos de laboratorio que confirmen leyes inmutables del universo. Existen demasiadas interacciones impredecibles entre los seres humanos las cuales pueden afectar el resultado. Por ende, aquellos que buscan una teoría unificada terminan eligiendo modelos que fracasan.

Las grandes preguntas, sin un contexto específico, nunca podrán ser respondidas. Por ejemplo, si nos cuestionamos ¿qué determina la distribución del ingreso de una sociedad?, deberíamos definir previamente a qué tipo o a cuál sociedad nos referimos. Coger un modelo y aplicarlo a todo país es un grave error.

Otra equivocación frecuente se genera en los supuestos que asumimos en los modelos. La escuela de Friedman enseñó que no importa si estos no se ajustan, ni cerquita, a la realidad. Lo importante es predecir correctamente. Rodrick difiere. Los supuestos no tienen que ser totalmente reales, pero sí deben acercarse a la realidad y deben modificarse de acuerdo con el contexto específico.

Nadie niega la arrogancia de los economistas. Pocos aceptan críticas a sus modelos y predicciones de quienes son ajenos a esa profesión. En gran medida esto se debe a la “matematicación” de la economía. Muchos se han enamorado de los números y creen que entre más complejos y difíciles de entender, mejor ejercen su labor. Para aquellos, tan comunes hoy en día, Rodrick les recuerda:  “los más citados son los que han hecho aportes a problemas públicos como pobreza, crecimiento económico-no sus genios matemáticos-”.

Otra deficiencia común es que “obligados a asumir una posición, la mayoría de economistas probablemente votan a favor de la alternativa que esté más orientada hacia los mercados”. Esto a pesar de que se ha demostrado que cuando no se dan ciertos supuestos -por ejemplo, información perfecta- el mercado en sí mismo no es eficiente. En ese sentido, debemos tener mucho cuidado en no presentar como “realidad” algo que está contenido en un juicio de valor.

La respuesta a la pregunta ¿para qué sirven los economistas? también sería “depende”. Si son arrogantes, disimulan juicios de valor a través de fórmulas, y constantemente buscan teorías unificadas de las que derivan sus “infalibles” predicciones, entonces no sirven para nada. Si, por el contrario, entienden que los modelos varían dependiendo del contexto y son útiles para ilustrar ciertos fenómenos sociales, se vuelven esenciales para el desarrollo de un país.

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