La corta vida y la inesperada muerte

  • 3 diciembre, 2016

El absurdo e inesperado accidente del “Chapecó” me ha impactado profundamente y, de la manera más impresionante, he recordado lo tenue que es la vida y lo inevitable que es la muerte.

Día a día nos esmeramos por lograr resultados y por alcanzar objetivos, los cuales no nos llevaremos a la tumba. Y esta certeza, si tenemos suerte, puede tardar años o, como lo vivieron los brasileros, puede llegar precipitadamente.

Por mucho tiempo, he creído que la filosofía de considerar que “la meta es el camino”, es la más acertada. Muchas personas exitosas y con bastante experiencia afirman constantemente que tras lograr los objetivos que se trazaron y, finalmente, llegar al estado “soñado” sienten un cierto sinsabor. Ese instante resulta ser como cualquier otro y no el inicio de un éxtasis perpetuo.

En el deporte, ya que esta tragedia se centra en el mismo, no es diferente. En el libro Creer de autoría del “Cholo” Simeone -quien considero el técnico más exitoso del fútbol mundial, pues con pocos recursos ha logrado grandes objetivos-, él confiesa que al ganar un campeonato el momento y la euforia son tan cortas que quien no goce cada partido de ese largo camino, sufrirá una gran decepción.

Ese mismo sentimiento también lo transmitió el veterano jugador de la NBA, Ray Allen, en una carta que escribió este año intitulada “A mi mismo en mi juventud”. En esta, relató cómo a las ocho de la mañana del día después de obtener el título mundial de baloncesto, y mientras sus amigos seguían dormidos en los sofás de su casa, sintió desasosiego y no encontró nada mejor que ir al dentista.

En su carta, se puede leer este aparte de sabiduría: “Pero quiero que entienda algo más profundo. Los campeonatos no son el propósito. Sí, existirá un sentido de validación cuando levante el trofeo por encima de su cabeza…. Pero si soy auténtico con usted, lo que se dará cuenta tras ganar el título es que la emoción es fugaz… si solo persigue esa euforia va a terminar muy deprimido… Se lo digo de corazón: la vida es sobre el viaje, no sobre el destino”.

Quien no goce cada minuto y, por supuesto, no haga aquello que lo apasione, va por el sendero equivocado. Esta inesperada catástrofe debe servir para recordarnos que lo importante es vivir el presente y ser feliz en cada instante al apreciar los detalles, celebrar y gozar las pequeñas victorias e ignorar y no dramatizar los reveces. Ser conscientes cuando pasen cosas buena o malas que, como escribió Lincoln, “esto también pasará”.

Hasta aquel día en el cual dejemos de existir, debemos saber que nada es definitivo y que pasar un mal rato significa perder parte de ese limitado tiempo del que disponemos.

Sin duda, todo lo que he expresado es más fácil decirlo que hacerlo. Por algo, la mayoría vivimos otra realidad. En situaciones como la que enfrentan hoy los familiares de esos jóvenes jugadores quienes murieron de forma absurda -no por causas inevitables sino por fallas humanas- la vida misma resulta inexplicable.

La tragedia refleja la falta de orden y regulación, que es común en nuestros países, frente a una aerolínea de dudosa reputación que omitió la cantidad de combustible adecuada, situación de la cual, si no hubiera sido por el siniestro, nadie se hubiera percatado.

Solo nos queda desearle fuerza a las familias. Deben recordar las palabras de Shakespeare: “Lamentación moderada es el derecho de los muertos, dolor excesivo es el enemigo de quien vive”. A nosotros este episodio nos deja como enseñanza la necesidad de aprovechar cada momento y disfrutar la efímera existencia.

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