La “felicidad” del colombiano no dice mucho

  • 11 febrero, 2017

Esta semana, como en otras ocasiones, llovieron titulares que situaban a Colombia entre los países más felices del mundo. Se trata de una victoria pírrica para un país con tantas necesidades y tanto sufrimiento como el nuestro. No obstante, muchas personas consideran que el fin último de toda sociedad es la felicidad de sus ciudadanos y que este tipo de encuestas miden acertadamente el bienestar humano. Se equivocan.

Siempre me ha sorprendido que uno de los países más violentos del mundo -y justamente en los momentos más difíciles de su historia- aparezca en esta clase de informes dentro de los más felices. En respuesta al porqué de este sinsentido, es común escuchar frases como: “ahí estamos pintados los colombianos”; “en Colombia como que no estamos tan mal”; o la más trascendental: “aquí le ponemos buena cara al mal tiempo”.

Pareciera una digna salida a una difícil situación o una manera de justificar ese orgullo innato que llevamos todos los colombianos, incluso, una forma de hacerle fieros a los países desarrollados que podrían tener más plata, pero viven amargados. En términos nacionalistas, era una ventaja.

Para mí, como economista, también era interesante. Mucho he criticado el lugar del PIB a nivel mundial como medida de progreso de una sociedad y he aplaudido el esfuerzo de los Nobel de Economía Stiglitz y Sen por encontrar una alternativa. La felicidad como meta colectiva, en vez de la riqueza material, me ha parecido una buena opción. A pesar de que bajo una “filosofía pambeliana” se pueda concluir que es mejor reportar felicidad que tristeza, es evidente que este tipo de sondeos no reflejan el bienestar humano.

Otro Nobel de Economía, Angus Deaton, hace un análisis sobre este debate y las deficiencias de las encuestas de felicidad. Primero, afirma que esta clase de preguntas son interpretadas de diferentes maneras por ciudadanos de distintos países. Segundo, dependiendo de la idiosincrasia de cada sitio, varía la forma en que cada cual percibe lo que se espera que responda. Tercero, la palabra “feliz” cambia de connotación y utilización -por ejemplo, en EE.UU. se emplea con mayor frecuencia “happy” en comparación con el uso de “heureux” en Francia-.

Además, insiste Deaton, las personas pobres pueden convencerse de que son felices a pesar de vivir en terribles circunstancias, lo cual lleva a un fenómeno de adaptación en el que creen que eso es lo mejor que la vida puede ofrecerles, y reportar en una encuesta su existencia plena.

Martha Naussbaum, reconocida filósofa inglesa que ha visitado Colombia, habla de la posibilidad de un “guerrero feliz” que va a una batalla en la que experimentará dolor y posiblemente la muerte pero este, sin embargo, siente que lleva una existencia valiosa. Si se le preguntaran si es feliz, este quizás respondería que sí. Así este guerrero se reporte como tal, no es la vida ideal que quisiéramos para los miembros de una sociedad.

Colombia podría parecerse en cierta manera a este guerrero feliz. Pese a décadas de violencia, sangre y dolor, 87% de las personas se consideran felices en la última encuesta y así ha ocurrido por años. A esa paradoja se suma el hecho de que en los recientes sondeos locales 62% reportó que el país va “por mal camino”. Esto no cuadra.

Sin el ánimo de reducirles el altísimo nivel de felicidad a tantos compatriotas, lamento informarles que estas encuestas sirven poco para medir la calidad de vida y el bienestar humano. Seguramente, muchos seguirán sintiéndose orgullosos de ocupar el podio de este premio de consolación; no obstante, este no puede ser nuestro faro.

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