“Vergüenza”

  • 19 marzo, 2016

“That’s my man rigth there. The most popular politician on earth”. Esta frase del recién elegido Presidente Obama, le dio la vuelta al mundo en su momento. Hacía referencia a Lula, un presidente latinoamericano, quien tras siete años de gobierno gozaba de 70% de aprobación.

De eso queda poco, pues mientras escribía esta columna, un juez suspendió su nombramiento como jefe de gabinete de Dilma Rousseff, su alumna consentida, en una clara maniobra que buscaba impedir su inminente arresto.

La Presidenta y los miembros de su partido han negado que la designación se haya efectuado para proteger al exmandatario. A pesar de esto, el fiscal del caso filtró una grabación en la que se escucha a la Presidenta diciéndole a su antecesor que le enviaría el documento del nombramiento “por si lo necesita”, en clara alusión a protegerse de un posible arresto.

Los brasileños están asqueados y tienen toda la razón. Este es otro capítulo más del desprestigio que constantemente sufre la profesión política. Son pocas las que tienen tan mal nombre y generan tantas dudas como cuando alguien dice que es “político”.

Lo paradójico es que, por el contrario, debería ser el camino más noble de todos: dedicar  todos los días a ayudar a otras personas a tener una mejor calidad de vida. Desafortunadamente esta es la excepción.

Aristóteles escribió que los “políticos no tienen descanso porque siempre están apuntándole a algo más allá de la vida política como tal; poder y gloria o felicidad”. Es decir, hay dos tipos de políticos: los que entienden que el propósito de la vida es la felicidad y que para lograrlo hay que ayudar a otras personas; y aquellos que ven en la política un camino para lograr influencia y riqueza.

Hace quince años tuve la oportunidad de presentar en una conferencia a Fernando Henrique Cardoso, quien también fue presidente de Brasil. Un académico del más alto nivel que llegó al cargo político más importante de su país. Para mí, fue un gran honor pues me parecía que él se acercaba al ideal platónico de un rey filósofo. Hoy, al repasar el discurso de aquella época, encontré estos dos párrafos:

“La necesidad de combinar estas dos vocaciones -academia y política- es discutida por el presidente Cardoso en su ensayo ‘La utopía y la política: de profesor a presidente’ y  haciendo alusión a Weber, crea una distinción entre las dos. Según dice, la academia es regida por la libertad y la búsqueda de la verdad. Por su parte, la política consiste en una relación entre la necesidad y los valores, la cual necesariamente está dictaminada por intereses e ideologías y siempre está al tanto de las consecuencias”.

“Es claro que la ausencia de la academia dentro de la política lleva a que se pasen por alto los valores; y la acción política se convierta así en una simple cuestión de sostener posiciones de poder para que avancen grupos específicos. Por esta razón, concluye, no se puede permitir que eso ocurra y es necesario fusionar estas dos mentalidades -la de sabiduría y la de acción,- para que cuando llegue el momento de tomar una decisión, se pregunte ¿es posible hacer esto de una manera más satisfactoria, de una forma que beneficie a más gente?”

Tras la desilusión que me dejó Lula, me pregunto si ¿fusionar de alguna manera la academia con la política es la solución? No sé. Puede ser un paso pero tomará tiempo. Lo que sí tengo claro es que las artimañas que está haciendo el “político más popular del planeta”, tal como lo vociferó un asistente en la toma de posesión como Ministro de Dilma, es una verdadera “vergüenza”.

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Este libro recopila las columnas que he escrito en los últimos años. Varían en temática pero todas buscan exponer temas interesantes desde un ángulo académico pero digerible y plantear soluciones.