La venganza es dulce

  • 10 julio, 2017

La intolerancia es la puerta de entrada a la violencia. En una nación teñida por sangre, la presencia estatal y el imperio de la ley son aspectos críticos para la convivencia pacífica. Este ha sido el enfoque del país y de Bogotá durante la última década con relativo éxito; no obstante, poca atención se ha puesto a lo que el profesor Mockus llama “autorregulación”, piedra angular de la cultura ciudadana.

Hace pocos días circuló en internet un video grabado por un ciclista quien, tras ser atropellado por un carro, trató de pararlo mientras llegaba la Policía. El conductor no tuvo problema en bajarse, golpearlo, montarse a su automóvil y volverlo a arrollar; entretanto un espectador le gritó a la víctima: “Para que chupe por hacer trancón, bobo”.

En otro video quedó registrada una pelea entre un motociclista y un joven disfrazado de cono -quien irónicamente estaba ejecutando un proyecto de cultura ciudadana-. A raíz de esto, en días, se acabó esta iniciativa del Distrito.

La violencia y la intolerancia caracterizan nuestra historia y nuestro presente. El imperdible libro ‘The better angels of our nature’, escrito por el profesor de Harvard Steven Pinker y catalogado por Bill Gates como la obra más importante que hubiera leído, da luces sobre el porqué de esta triste realidad.

El psicólogo Pinker documenta y demuestra que esta es la época menos violenta de la historia de la humanidad. Para él, tras una larga explicación científica, el ser humano tiene una predisposición genética a la violencia. Muestra de esto es que el momento más agresivo de nuestras vidas es cuando tenemos dos años de edad.

Además, existen cinco factores que nos jalan a ejercer la inclinación agresiva (dominio, predación, venganza, sadismo e ideología), y cuatro que nos restringen y nos llevan a la civilidad (empatía, autocontrol, moralidad y razón). Él los denomina “demonios” y “ángeles”, respectivamente.

En el grupo de los ángeles, la empatía y el autocontrol aplican a la cultura ciudadana y son definitivos en el proceso de reducir la violencia. Actividades que permitan entender cómo los otros ven el mundo agranda el círculo de personas afines a nosotros.

Adicionalmente, el autocontrol se puede mejorar con ejercicios prácticos y mentales que adapten los órganos y los hagan incrementar el valor para el futuro, lo cual haría que el individuo sea menos propenso a actuar impulsiva e irracionalmente.

Ambas nociones son sumamente “mockusianas”. Recordemos que el fin último de sus programas era que las personas cumplieran simultáneamente las normas morales, culturales y jurídicas.

El problema es que en muchos casos las costumbres y acciones aceptadas culturalmente van en contravía de la ley. Por ejemplo, golpear un cono o atropellar a un ciclista para demostrar la supuesta hombría.

El exalcalde Mockus enseñó a poner el dedo hacia arriba y hacia abajo, pintó estrellas en las vías donde murieron peatones, y contrató mimos para regular cada una de los tres tipos de normas. Se necesita volver a aplicar esa clase de acciones.

Este tipo de ejercicios también logra controlar los demonios de la venganza y el deseo de dominar que, según el psicólogo americano, todos llevamos por dentro. A pesar de que estos no se eliminan, se regulan de tal forma que someter a otro de manera agresiva, a diferencia de épocas antiguas, recibe actualmente un amplio rechazo social por parte de muchas personas, lo cual si se lograra generalizar, eliminaría las acciones violentas.

Lo mismo ocurre con la venganza, que al ser ejercida hace que el cerebro libere ciertos químicos que nos dan placer –lo que confirma que efectivamente es “dulce”–. Si las normas se cumplen, la retribución no debería ser física –como hizo el cono con el megáfono–, sino institucional.

Urgen programas de cultura ciudadana que promuevan la tolerancia, empoderen los ángeles que llevamos dentro, restrinjan los demonios y nos enseñen que a golpes, como salvajes, este país no va a cambiar.

FELIPE RÍOS

 

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