Las viejas prácticas clientelistas

Durante los años 50 y 60 el clientelismo era considerado como un tipo de unión entre personas de diferentes estatus, una de ellas tenía el prestigio y poder y la otra ninguno de dichos atributos, tal relación generaba obligaciones reciprocas, para una de ellas era la de brindar protección y para la otra lealtad electoral; en los años 70 la concepción de clientelismo se enfocó más en las relaciones entre los partidos políticos y sus electores y explicaba las razones que llevaban a los electores a votar por un candidato específico.

Algunos autores como Néstor Miranda, señalan que el clientelismo se explica como una debilidad de “conciencia de clase”, es decir la forma como las clases menos favorecidas acceden a los servicios del estado distribuidos por los políticos a cambio de apoyos electorales, pero la definición básica de clientelismo, es un intercambio de ayudas, donde quienes ostentan cargos públicos y políticos otorgan prestaciones relacionadas con su cargo a cambio de votos, este “favorecimiento” consiste en otorgar contratos, hacer nombramientos o favorecer en determinadas decisiones a quienes brindan su apoyo electoral.

Tal vez el problema más grave del clientelismo es la pérdida de la independencia de las autoridades públicas, lo cual genera corrupción y tráfico de influencias, vulnera abiertamente el libre e igualitario acceso a los servicios y a la contratación por parte de todos los ciudadanos.

La actual situación en Bogotá no dista mucho de las viejas definiciones de clientelismo, el carrusel de la contratación, el favorecimiento a campañas parlamentarias por parte de las diferentes secretarias y entidades del distrito, el otorgamiento de contratos a comunidades y personas que apoyaron las causas de este gobierno, son muchos los ejemplos que permiten determinar que se ha perdido la finalidad del estado “servir a la comunidad” cuando se deben o exigen prestaciones mutuas.